Leído: Pokémon: Oro, Plata y Cristal (tomos 5 a 8)

Tras la lectura de los tomos 1 a 4 de Pokémon (la serie de Rojo, Verde, Azul y Amarillo) debo confesar que la continuación en los tomos de Oro, Plata y Cristal fue una grata sorpresa. La continuidad de la historia (proseguida por Hidenori Kusaka al guión y Mato al dibujo) es una secuela que iguala a la original.

Se nos presenta a Oro, el protagonista, un joven que tiene un montón de Pokémon, marcado por su denotable arrogancia, y que empieza un viaje por la región Johto. En su viaje terminará cruzando su camino con Plata, un ladrón de Pokémon. A mitad de la serie, abandonamos a ambos temporalmente para conocer a Cristal, una experta capturadora Pokémon, quien recibe la tarea de completar la enciclopedia sobre estos, alias Pokédex. La historia nos narra cómo estos tres personajes deberán superarse a si mismos para ayudar a una región que vuelve a ser azotada por el Team Rocket, así como por un extraño personaje con habilidades de hielo, y volvemos a ver caras conocidas de las sagas anteriores, como Rojo, Azul, Misty o Brock.

Esa intercalación entre varias historias y no centrarse tanto en el protagonista funcionó muy bien en Amarillo y vuelve a funcionar aquí. Todos los personajes tienen un pasado o crisis sobre sus objetivos en la vida, las cuales se ponen a prueba a lo largo de las páginas de estos tomos.

Le tengo además cierto cariño adicional a esta parte de la historia, ya que pertenecería a la conocida "segunda generación Pokémon", mi favorita, que se desarrolla en la región Johto (también mi favorita) y tengo que admitir que me di cierta prisa con la lectura porque me tenía enganchado.

Por un lado, la historia de Oro, aprendiendo que no se puede ir por la vida atropellando a la gente, le hará plantearse qué está haciendo como entrenador; Plata, por su parte, parece tener que cerrar un capítulo de su infancia, mientras Cristal tiene sus propios problemas existenciales tras recibir su tarea. El grueso de muchas historias es precisamente ver a sus protagonistas crecer (y no que se lo den todo hecho como a Kirito) y aquí podemos ver precisamente eso...

... sin olvidarnos de Rojo, Azul, Verde y Amarillo, quienes también asoman en los momentos más tensos de la historia para enfrentarse al villano (quizá uno de los puntos flojos de la historia, que no cierran bien su círculo, precipitándolo mucho). Además, esta generación supuso de la introducción de la mitología Pokémon, la cual también es tratada y desarrollada en la historia por los Pokémon legendarios protagonistas. Una mezcla que funciona bastante bien.

Una lectura entretenida, fiel al espíritu de las primeras entregas, pero innovando a la par. Me gusta. Ahora toca ver el universo de Rubí y Zafiro.

Leído: Songokumanía: el big bang del manga, de Oriol Estrada Rangil

Ostia, si Felikis leía cosas y las reseñaba, no me acordaba. Y ha puesto en el título de la entrada el nombre del autor, con el nombre del libro en cursiva, a lo profesional.

La verdad, es raro que hasta pleno marzo no haya hecho ninguna reseña de un libro. Y eso que llevo unos cuantos leídos. El guión original de Animales fantásticos y dónde encontrarlos (pero ya reseñé la película), he terminado la saga Oro, Plata y Cristal de Pokémon (que reseñaré la semana que viene), la tetralogía de Código Lyoko (para lo cual también tendría que reseñar la serie), un libro sobre materia oscura y el primero de Una serie de catastróficas desdichas (que reseñada la serie, sería simplemente como comentar el primer capítulo de la misma). Pero vamos, que podéis seguirme en GoodReads para comprobarlo. Y tras este parrafón, al lío:

"Songokumanía: el big bang del manga" es un libro de... historia contemporánea reciente en la que Oriol Estrada Rangil hace un repaso a la llegada del manga y el anime a España. Empezando un recorrido allá por los años 80, nos cuenta el boom que, para ser un proceso relativamente lento, en términos generales en realidad supuso un cambio en muy pocos años en lo referente a consumo de televisión y cómic/manga en nuestro país.

Es un libro para disfrute de dos tipos de lectores. Uno de ellos, el lector que vivió aquella época. El que creció en los ochenta, el que conoció de primera mano Dragon Ball en la televisión y que se emocionó con aquella historia del niño con cola de mono que emprendía el viaje con una chica muy inteligente en busca de las bolas de dragón que conceden cualquier deseo. Para ellos, la lectura debe ser algo así como volver a aquella época.

El segundo lector es... o somos, los que conocimos Dragon Ball muy a posteriori, ya fuera por nacimiento, o porque por alguna razón, tardó más en llamar nuestra atención, y en cuyo caso, no podemos sino sorprendernos por cómo era la cultura pop de la época, y del cambio que supuso el fenómeno de este anime, y luego manga, al llegar a nuestro país.

Mola que hablen un poco del inicio de aquello, cuando sólo se conocía el cómic europeo y americano, y sólo hubieran llegado hasta aquí casos contados como Akira, hasta lo que supondría en televisión esta serie.

No hay duda de que resulta, cuando menos, chocante como eran aquellos orígenes en las que las distribuidoras españolas prácticamente no conocían Japón, y alguien (spoiler: Màrius Bistagne) compró 26 episodios (spoiler: pensando que era la serie completa), que eran los que abarcaban desde el inicio de la aventura hasta finales (que no final) del Gran Torneo de las Artes Marciales. Todo lo que llevó consigo esa pequeña fracción del anime dio pie a la gran industria del manga y el anime que tenemos ahora en España (en honor a la verdad, hace mucho hincapié en lo que supuso en Cataluña... también es cierto que muchas veces son los que más lo viven).

Desde luego, leído el libro, casi se puede hablar de una Odisea, valga la referencia a Homero, y en vista de lo leído, creo que nunca un producto de la cultura de un país hizo tanto para la misma como supuso Dragon Ball al salir de las fronteras de Japón.

En resumen, una lectura ligera y amena que nos cuenta un poco más de aquellos años en los que se gestaba el fenómeno otaku en España. Si le tuviera que echar algo en falta, yo hubiera rellenado un poco más el libro en la parte en la que se habla de la censura que sufrió el anime, un tema que sigue en boga (especialmente para los que estamos siguiendo la emisión de Dragon Ball Super en Boing). Tiene muchos datos, cuanto menos, curiosos al respecto. Y si me tengo que poner en plan abuelo Cebolleta: "Las cosas antes sí que eran difíciles que ni había internés ni móviles". Cómo hemos cambiado.

Sword Art Online no es tan buena

Hace bastante tiempo, reseñé el anime de Accel World. El autor de la novela ligera de AW, Reki Kawahara, también es el creador de Sword Art Online. Y bajo esa premisa, me animé a verme las dos temporadas del anime.

Tengo que decir que el primer episodio de Sword Art Online me encantó. Situado unos años años antes que Accel World, narraba la aparición en el mundo de los cascos de juegos de realidad virtual, y el lanzamiento de SAO, un videojuego para esta plataforma en la cual se deben superar niveles, al estilo de los MMORPG, pero en primerísima persona. La sorpresa llega cuando, tras acabar la beta, en el lanzamiento del videojuego se desvela que Akihiko Kayaba, el creador del juego, ha hecho prisioneros a todos los jugadores, que no podrán desconectarse hasta que completen el juego. La historia sigue a Kazuto Kirigaya, alias Kirito, uno de los probadores originales del juego, que está decidido a completar el juego para poder salir.

Bajo esa magnífica premisa del 26 minutos, nos encontramos con una historia que no hace más que descender en la calidad de la historia, y lo que tenemos es una animación excelentemente cuidada sobre lo maravilloso, genial, poderoso, atractivo, imbatible y todos los adjetivos positivos posibles sobre el protagonista. En serio. No es más.

Los episodios resultan facilones y aburridos, en lo que lo más interesante es eso: ver lo bien que se han currado una animación para una historia muy por debajo de ese nivel. Kirito conoce en este arco a Asuna, quien será su compañera maravillosa, genial, poderosa, atractiva, imbatible y todos los adjetivos posibles sobre ella, formando una pareja maravillosa, genial, poderosa, atractiva, imbatible, y etecé.

Me decía un antiguo compañero de trabajo que él prefería SAO antes que AW porque "historias de protagonistas que tienen que superar una serie de dificultades hay muchas". Razón tiene, pero... diablos, ¿qué emoción tiene un argumento en que todo lo hacen con una facilidad insultante? Y más cuando aparece Asuna, momento en que los intentos pos completar SAO pasan prácticamente a segundo plano.

Es aburrida, es sosa, y su fanservice tiene la misma justificación que todo lo que ocurre en el argumento: ninguna, es un "porque sí".  Y muchas de las cosas que han ido apareciendo durante los episodios (especialmente hacia el final, cuando se vuelve totalmente insoportable) me han crispado los nervios.

Por ejemplo, cuando ves que el protagonista es tan maravilloso que...

... y que además de eso...

y cuando te das cuenta de cuánto de lo que tiene el anime merece la pena...


Pero bueno, por lo menos me echo unas risas yo solo:



Podría continuar con esta estela, pero no. No lo vale. Los siguientes arcos argumentales (que deberían cambiarle el título al anime respectivamente... aunque yo optaría por titularlo Kirito's Harem) siguen en caída constante hasta el último episodio de la segunda temporada. Ni siquiera los primeros capítulos de cada arco tienen la suficiente "chicha" como para poder enganchar.

En resumen: si no has visto Sword Art Online, puedes ahorrártelo. Hay anime de mucha mejor calidad disponible. Y si te ha gustado, pues me alegro por ti, pero no te entiendo.

Comunicación y mensajería


Orden de preferencias para comunicarme con las personas:
1. En persona (esto preferiblemente va acompañado de un café).
2. Aplicaciones de mensajería instantánea.
3. Hablar por teléfono.

Es curioso, porque estoy seguro de que mucha gente habría puesto "hablar por teléfono" antes que la mensajería instantánea, pero en mi caso no es así.

Por supuesto, mi primera elección siempre es en persona. Tener a la persona enfrente permite una conversación personal (única forma), de modo que además de la conversación en sí, tenemos el apoyo visual de la comunicación no verbal. Decimos muchas veces más con los gestos que hablando, y nos permite una comunicación insuperable.

Obviamente, en una conversación por teléfono, perdemos ese apoyo, y como mucho dependemos del tono de voz de nuestro interlocutor para saber en qué vaina nos movemos. En conversación de mensajería instantánea únicamente disponemos de un texto plano de libre interpretación. Y entonces, ¿cómo es posible que me guste más la mensajería instantánea que la conversación por teléfono?

En primer lugar, por la comodidad. Tener el teléfono pegado en la oreja es un puto rollo. De hecho, reduce mi propia expresión corporal, porque muchas veces, pese a no tener a mi interlocutor delante, tiendo a hacer los mismos gestos que hablando en persona.

En segundo lugar, por mi atención. Puedo dedicar dos horas a ver Animales fantásticos y dónde encontrarlos, o sumergirme durante un buen rato en la lectura de un libro. Pero cuando en una conversación hay un teléfono de por medio, mi mente hace las maletas y se pone a divagar. No lo hago adrede, es inconsciente

En tercer lugar, porque en definitiva no es lo mismo hablar por teléfono. Ni por asomo. Es más incómodo con diferencia. Me agota hablar por teléfono, me cansa, me hastía. Estoy hablando con una persona que no tengo delante, y al no tenerla delante, podría ponerme con más cosas en lo que prosigue la conversación, que es lo que consigo con la mensajería instantánea.

Es curioso que tanto por teléfono como en mensajería instantánea me encuentro con el mismo problema: la intervención. Porque yo soy de los que esperan a que la otra persona calle al teléfono (es algo más limitado que la conversación en persona, no se debe interrumpir), o que se fijan si el conversador está "... escribiendo" para aguardar a que acabe. Pero hay gente que no. Que les da lo mismo, como si hablaran en persona.

Sin embargo, le encuentro otras ventajas a la mensajería instantánea. Y entre ellas es que el mensaje llega rápido (y no, instantáneo no es que tengamos la obligación de responder al instante) y el interlocutor tiene todo el tiempo que quiera para procesarlo y  responderlo (o no). Te permite leer un mensaje, y contestar en el momento en que nos venga bien (aunque la sociedad parece querer malcriarnos en lo contrario), pero yo sigo a mi ritmo.

También hay veces que uno tiene que prepararse, en caso de decir algo complicado. Personalmente, pensarlo bien y escribirlo me resulta más cómodo que tener que memorizar las cosas. De igual modo, ayuda poder repasar el texto y ver si hemos dicho algo fuera de tono (cuando en el cara a cara podemos cagarla en un segundo).

Por supuesto, cada cual tendrá sus preferencias. Personalmente, me quedo con las que veo más cómodas.